castigo



Castigo


Luego están los crímenes sutiles.
Esos que nadie toma en cuenta,
los que no puntúan en los baremos de la sangre violenta.
Los jueces y la numerosa legión de funcionarios
comparten la obsesión por la huella física
que llevó a Santo Tomás a meter su dedo
donde antes estuvo un clavo en la palma de una mano.
Pero ¿en qué queda lo demás?
¿La hiel en los labios?
¿La mofa de la soldadesca pinchando el costado?
¿Lo que no se ve?
Ah, qué mente tan soberbia y diabólica
la que oculta la herida que no mata
pero que no deja vivir.
Ante la vulgaridad del golpe,
ante la evidencia que deja la bala,
se convierte en una sangre enferma
que viaja por todo el cuerpo sin hacer ruido,
sólo percibida por aquel que siente el gorgoteo
en cada recodo de sus venas.
Por eso no tienen castigo, ni siquiera comprensión.
Castigo es el que muerto sigue vivo.

© David Lago González, 2010.
(Madrid, 14 de febrero de 2010)

Me llegó en la mañana. David se iba a desayunar , a leer El país en la cafetería que conoce el gesto del poeta, desde la mesa que observa el ir y venir de un dia de enamorados, quizás los ojos piadosos o contrariados del mar verde y revuelto de La Mancha. Quizás serenos; -ah, quienes amamos se invitan, suenan como calderillas, resuenan como campanadas- y no se limitan a veintre y cuatro horas.
Quise guárdame el poema, para mi. Estábamos en la entrada del metro Tribunal, yo andaba traslucida, y él me leyó del cráneo hasta el verso, desde entonces me repara. Lo comparto, agradecida.


David Lago-Gonzalez
Indicios de desorden

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