MUJER CON ALCUZA




MUJER CON ALCUZA
A Leopoldo Panero


¿Adónde va esa mujer,arrastrándose por la acera,ahora que ya es casi de noche,con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve.Yo no sé qué es más gris,si el acero frío de sus ojos,si el gris desvaído de ese chalcon el que se envuelve el cuello y la cabeza,o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies,desgastando suela, desgastando losa,pero llevadapor un terroroscuro,por una voluntadde esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.Esta mujer no avanza por la acerade esta ciudad,esta mujer va por un campo yerto,entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,y tristes caballones,de humana dimensión, de tierra removida,de tierraque ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,entre abismales pozos sombríos,y turbias simas súbitas,llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,en un tren muy largo;ha viajado durante muchos díasy durante muchas noches:unas veces nevaba y hacía mucho frío,otras veces lucía el sol y sacudía el vientoarbustos juvenilesen los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado,mareada por el ruido de la conversación,por el traqueteo de las ruedasy por el humo, por el olor a nicotina rancia.¡Oh!:noches y días,días y noches,noches y días,días y noches,y muchos, muchos días,y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parandoen tantas estaciones diferentes,que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,ni los sitios,ni las épocas.

Ella recuerda sólo que en todas hacía frío,que en todas estaba oscuro,y que al partir, al arrancar el trenha comprendido siemprecuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,ha sentido siempreuna tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.Pero las lúgubres estaciones se alejaban,y ella se asomaba frenética a las ventanillas,gritando y retorciéndose,solopara ver alejarse en la infinita llanuraeso, una solitaria estación,un lugarseñalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmicopor una cruzbajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido,sí, ha dormitado en la sombra,arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,por gritos ahogados y empañadas risas,como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,sólo rasgadas de improvisopor lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,...aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,sí, muchos días,y muchas noches.Siempre parando en estaciones diferentes,siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,ay,para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

...No ha sabido cómo.Su sueño era cada vez más profundo,iban cesando,casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.Y luego nada.Solo la velocidad,solo el traqueteo de maderas y hierrodel tren,solo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,y estaba sola,y ha mirado a su alrededor,y estaba sola,y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,de un vagón a otro,y estaba sola,y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,a algún empleado,a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,y estaba sola,y ha gritado en la oscuridad,y estaba sola,y ha preguntado en la oscuridad,y estaba sola,y ha preguntadoquién conducía,quién movía aquel horrible tren.Y no le ha contestado nadie,porque estaba sola,porque estaba sola.Y ha seguido días y días,loca, frenética,en el enorme tren vacío,donde no va nadie,que no conduce nadie.

...Y esa es la terrible,la estúpida fuerza sin pupilas,que aún hace que esa mujeravance y avance por la acera,desgastando la suela de sus viejos zapatones,desgastando las losas,entre zanjas abiertas a un lado y otro,entre caballones de tierra,de dos metros de longitud,con ese tamaño precisode nuestra ternura de cuerpos humanos.Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,como si caminara surcando un trigal en granazón,sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,de cercanas cruces,de cruces lejanas.

Ella,en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,se inclina,va curvada como un signo de interrogación,con la espina dorsal arqueadasobre el suelo.¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,como si se asomara por la ventanillade un tren,al ver alejarse la estación anónimaen que se debía haber quedado?¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebrosus recuerdos de tierra en putrefacción,y se le tensan tirantes cables invisiblesdesde sus tumbas diseminadas?¿O es que como esos almendrosque en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,conserva aún en el invierno el tierno vicio,guarda aún el dulce álabede la cargazón y de la compañía,en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

Damaso Alonso

CORTESIA DE Sonia Diaz Corrales

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