Maldiciones junto al Báltico.






foto: Estación de ferrocarril Gdansk Glowny


Maldiciones junto al Báltico.


Maldiciones, maldiciones delicadas en sordina
no ofenden más que mis ojos, no apaciguan
memorias, de eso se trata , de estrujar
el escape a la nada.

Cuando estaba a punto de perder el tren a Tcezw
apareció el papel donde había escrito
15h35 un billete y me sentí Gdansk
en la multitud disciplinada
que hacía fila, sin mirar al de atrás,
la espalda descubierta a la sentencia,
a la valija arrastrada, carcomida por
los bordes de un sintético tan semejante
a la piel de poros lustrados
que avergonzaban a mis zapatos,
ahora deshechos los lazos se enredan con
el pantalón que cae en la dejadez de sentirme
polonesa sin habla, frente a un tren rojo oxidado
y madera de aquellos ancianos
tiempos de totalitarismo.

De un lugar a otro la lluvia fría bebe
el sudor de no entender.

De Varsovia, a Cracovia enormes relojes
dan el tiempo en romanos verdes
por el chinchineo que persiste.
Persiste el vestigio de maldecir
frente al enano de espada dorada
que cuida el arsenal,
la entrada al palomar desierto
-han engañado a las palomas con el famoso cambio-
de slotis de slotis de slotis se trata la democracia.

Donde se suponía que tendría un mantel,
pan negro, ciruelas , la voz confiesa ser de otro lado,
del bando fanático
-queda poco espacio ante el vacío-

Frente a una chimenea polonesa, de ladrillos
rojos poloneses hablan führer achtung,
volver, volver a patón, mucho después al hangar
que canta en ronco y ruidoso estribillo
la hora de partida hacia un pueblo
de altares encintados, un patio de cigüeñas,
manzanares y hongos recubiertos de hongos
y excrementos de gallinas ponedoras que
servirán a mi desayuno cada amanecer.

No son las diez, y en el puerto un barco desaparece
tras las grúas metálicas dicen que aquí fue
donde el soldador saco el látigo de luz
y quemó la cerradura, yo no sé.

El desdentado del banco me paga
con un periódico de hace días revuelto
y manchado de grasa
debo tener cara de papelera desde que observé
en la ventana de Schopenhauer como el friso caía
sobre los adoquines y no había nadie para morirse
de lo que no hago, de lo que digo 
para mí el atardecer.
Las campanas y el vodka en asiento de madera,
de taberna bajo luz amaneada
por un Chopin sostenido que me eriza el vientre:
si pudiera callarse de una vez ese teclado,
pensaría en Aans, o quemaría el piano,
asesinaría a la pianista rubia
que también me sonríe bajo un diente de oro,
unos dedos largos recubiertos de sortijas de oro y
una blusa en polietileno que huele a sudor de días.


Yo y el cansancio, atravesada por oscuros designios
recorro las joyerías hebreas , bebo té negro y
me detengo en cualquier esquina,
he de comer si en la consigna me devuelven
el equipaje a tiempo,
en ese tren tengo mi plaza, un lugar semejante
a mi madre con sus números impares;
números de dados, de tarots, de no pasa nada,
diez slotis por lo mío, diez y ni uno más
devuélvame, por favor, ese cuadernillo de recetas
medievales sobre el que reposé la taza
de café con leche, miré usted la marca,
el punto inicial fue mi cuarto encerrado y apestoso
a tabaco, mi tabaco a papelillos,
las sabanas tiradas, los pies sucios
del corredor a la cocina.

Quizás se petrifica la hora y el tren me espera,
devuélvame ese cuadernillo en español
que ya no es mi lengua, ni mi invasión, ni nada,
otro alimento que se va que desciende a intestinos
horadados cuando digo mierda, mierda, mierda
qué cansancio, qué cansada de estar expropiada y da
igual, poco importa esa palabra que ya no tiene valor
ni traduzco cuando el tren parte y me arrincono en la
madera que cede anunciando un crujido que sentiré,
sin dudas,otra vez, 
                          al final.



Del poemario MALDICIONARIO, Editions HOY NO HE VISTO EL PARAISO, 2010. 
Margarita García Alonso(Matanzas, Cuba)  Periodista, poeta, y artista visual.


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