Cumple de Oriana.





El 29 de junio de 1929, nació  Oriana Fallaci, una mujer que admiro y respeto. Admiración sin límites, hasta en textos que han dado dolor de cabeza, por su coraje al decirlos, su pasión.  Ojalá me influya siempre y  no calle lo que siento/pienso.

Durante una época de guerra de blogs cubanos me tiraban : "ésta se cree la Fallaci"  "la fascista de Oriana cubana", etc, etc, etc...No saben como me estremecía y agradecía el elogio. Gracias a Oriana, gracias a los "enemigos inventados de la virtualidad" por tan gran honor.


"Quizás porque no comprendo el poder, el mecanismo por el cual un hombre o mujer se sienten investidos o se ven investidos del derecho de mandar sobre los demás y de castigarlos si no obedecen. Venga de un soberano despótico o de un presidente electo, de un general asesino o de un líder venerado, veo el poder como un fenómeno inhumano y odioso"

 Fallaci aseguraba que no tenía miedo a la muerte y que sentía "una especie de melancolía. Me desagrada morir, sí, porque la vida es bella, incluso cuando es fea". 

 Su último libro, "Oriana Fallaci entrevista a Oriana Fallaci", me inspira, quizás deba escribir un tomo así para ser comprendida. En el tomo  analiza el «cáncer moral que devora a Occidente» y su propia enfermedad. En la autoentrevista, afirma que "tanto el Occidente como Europa e Italia están más enfermos que yo". Quizás deba analizar el "cáncer moral que devora a los cubanos" y mi propia enfermedad de exilio.   

 "Me pides que hable, esta vez. Me pides que rompa, al menos esta vez, el silencio por el que he optado y que, desde hace años, me he impuesto para no mezclarme con las chicharras. Y lo hago... La rabia y el orgullo texto completo

Oriana detestaba  las entrevistas por  considerarlas  un acto de violencia, de crueldad hacia el entrevistado. Salió a la venta el 8 de agosto de 2004 junto al diario Corriere della Sera, y en pocas horas se agotaron 500.000 copias.



"La escuela del escritor es la vida misma"

Texto: Oriana Fallaci
Tomemos un ejemplo personal de mi novela Un hombre , ese capítulo donde relato los años en prisión de Alekos Panagulis, confinado en soledad a una celda. Nunca estuve presa, no hasta ahora. Nunca experimenté lo que significa la soledad de una celda. Y nunca fui hombre. Y sin embargo pude contarlo bastante bien, según me han dicho, y alguien que fue prisionero político durante varios años se quedó desconcertado por la precisión con la que describo en ese libro la atrofia mental y física que provocan la falta de diálogo con otros y el tener que pensar sin recibir información nueva, recurriendo solamente a los sedimentos de nuestra memoria. "¡Es exactamente así! -exclamó esa persona-. ¿Fue Alekos (protagonista del libro) quien se lo contó?" No, no me lo contó. Me había contado muchas cosas de los años transcurridos en confinamiento solitario, pero esto no había surgido. "¿Y usted cómo hizo para saberlo?", insistió. "Me lo imaginé", respondí. El motivo por el cual un escritor es capaz de todo eso, en mi opinión, es que la verdadera escuela del escritor es la vida misma, empezando por la propia. Y dado que su trabajo principal es observar la vida, empezando por la propia, jamás separa su trabajo de su vida personal. No se desconecta nunca. Todo lo que hace, prueba, piensa, ve, entiende ingresa en su escritura como un líquido vertido en una botella a través de un embudo. Incluso cuando duerme y sueña. Incluso cuando ama y hace el amor. Y como es consciente de ello, nunca está satisfecho. Y en el proceso de escritura, reinventa la realidad, la dilata, quiere que la verdad sea más verdadera que la verdad, arrancándole a la crónica periodística o a su vida personal un episodio particular para universalizarlo. Si había un hombre que no se parecía a ningún otro, ése era Alekos: el hombre de mi libro. Y sin embargo, me sorprendí al constatar, por la cantidad de cartas que me enviaron, que muchas de las personas que habían leído el libro se identificaban con mi protagonista. La más desconcertante fue la carta de una abuela de Milán. ¿Qué podría tener que ver una abuelita de Milán con un héroe griego en la treintena que intenta hacer volar por los aires el auto de un dictador y ocho años más tarde muere asesinado en un auto? Bueno, en su carta ella me escribe: "Alekos soy yo". Y aunque sigo preguntándome por qué, en qué sentido, creo que verdaderamente pensaba eso.







 "Confío en que seas un hombre como siempre lo he soñado, dulce con los débiles, feroz con los prepotentes, generoso con quien te quiere, despiadado con quien te manda."
Oriana Fallaci 

Oriana Fallaci
(1930/06/29 - 2006/09/14)
Periodista y escritora italiana.

Nació  en Florencia, en el seno de una familia muy humilde. Hija de un albañil tuvo tres hermanas, una de ellas adoptada. Cursó estudios medios en su ciudad natal y, ayudada por varias becas, ingresó en la Facultad de Medicina. "Me matriculé en Medicina porque el tío Bruno decía que estudiar Medicina me ayudaría a ser escritora y en aquel tiempo la Universidad no era gratis: hacía falta costeársela. Luego me quedé en periodismo que me permitía escribir, y a la vez que realizaba los estudios universitarios, escribía pequeños reportajes para un diario de Florencia".

Se caracterizó por mostrar  en sus obras,  artículos y crónicas, un estilo muy personal que roza la provocación y se sitúa siempre en la más plena controversia. Reconocida sobre todo por sus entrevistas a personajes como Henry Kissinger. Su estilo frontal enfureció a varios de sus entrevistados, como el ayatollah Jomeini, Muammar al-Gaddafi o Leopoldo Galtieri, a quien llamó "torturador".

Oriana Fallaci partía de la hipótesis de que en una entrevista lo que cuenta no son las preguntas sino las respuestas: "Si una persona tiene talento, se le puede preguntar la cosa más trivial del mundo: siempre responderá de modo brillante y profundo. Si una persona es mediocre, se le puede plantear la pregunta más inteligente del mundo: responderá siempre de manera mediocre".

En 1973, conoció al poeta Alekos Panagulis, un resistente a la dictadura griega que fue autor de un atentado fallido contra Yorgos Papadopulos. Panagulis fue el único hombre con el que convivió durante tres años, hasta el 1 de mayo de 1976, fecha en la que fue asesinado en una calle de Atenas. Su recuerdo la llevó a escribir en 1979 la novela "Un hombre".

El Columbia College de la Universidad de Chicago le otorgó la "laurea ad honorem" en Literatura. Fue corresponsal en Vietnam y en la Guerra del Golfo. Colaboró con numerosas publicaciones y escribió varios libros, entre los que destacan: "Entrevista con la Historia" (1974); "Carta a un niño que no nació" (1975); "Un hombre" (1976) e "Inshallah" (1992).

En 2003 salió a la venta en Italia, "La fuerza de la Razón", editado por Rizzoli Internacional. En la obra acusa a la Iglesia Católica de ser demasiado débil ante el mundo musulmán, y a Europa de venderse al Islam "como una prostituta".

Dos años antes, su ensayo "La rabia y el orgullo" provocó acusaciones de que incitaba al odio contra los musulmanes. Con esta obra rompe un silencio de diez años, y lo hace tomando como punto de el 11 de septiembre del 2001, no muy lejos de su casa de Manhattan, atentado que desintegró las Torres Gemelas y redujo a cenizas a miles de personas.

Oriana Fallaci falleció el 14 de septiembre de 2006 en un hospital de la ciudad de Florencia. Pocas personas conocían que había regresado a Italia, su entierro tuvo lugar en la más estricta intimidad.


Obras

1956: I sette peccati di Hollywood (Los siete pecados capitales de Hollywood)
1961: Il sesso inutile, viaggio intorno alla donna (El sexo inútil)
1962: Penelope alla guerra (Penélope en la guerra)
1969: Niente e così sia (Nada y así sea)
1974: Intervista con la storia (Entrevistas con la historia)
1975: Lettera a un bambino mai nato (Carta a un niño que nunca nació)
1979: Un uomo (Un hombre)
1990: Insciallah (Inshallah)
2001: La rabbia e l'orgoglio (La rabia y el orgullo)
2004: La forza della ragione (La fuerza de la razón)
2005: Oriana Fallaci intervista sè stessa - L'Apocalisse (Oriana Fallaci se entrevista a sí misma - El Apocalipsis)
2008: Un cappello pieno di ciliege, (Un sombrero lleno de cerezas)



"Odio el espectáculo del sufrimiento"

Contra la banalidad . La autora de La rabia y el orgullo repudia la estetización de los conflictos bélicos y recuerda con crudeza sus experiencias en Vietnam y Beirut

Cuando voy a ver sus sucias guerras, también hago política, también soy política. Como la guerra de Sharon. Y ésa es la parte de mi trabajo, de mi deber, que menos me atrae. Como corresponsal de guerra he seguido de cerca la mayor parte de las guerras de los últimos quince años. Estuve en la Guerra de Vietnam; fui varias veces, durante ocho años. Estuve en la Guerra Indo-Paquistaní, en la de Bangladesh, en el conflicto de Medio Oriente, en las bases secretas de los fedayines en Jordania antes de que los barrieran, y todo eso sin contar las varias insurrecciones en Latinoamérica y otras partes (que también eran guerras), y en cada oportunidad odié esas guerras como aquel capitán norteamericano de Dak To, en Vietnam, que antes de conducir a sus hombres a la batalla por la colina 1383 me dijo: "Cada vez es la primera vez, y cada vez es peor, porque conozco mejor lo que me espera".
Dirán que somos corresponsales de guerra, que ir a la guerra nos gusta. Nos movemos bien, casi con gracia: el casco nos queda bien, lo mismo que el chaleco antibalas, y hasta el uniforme cuando estamos obligados a usarlo. A mí no. No soporto los uniformes, considero que el chaleco antibalas es una prenda incómoda y siniestra, porque pesa mucho y entorpece el movimiento, y me siento desesperantemente ridícula con un casco en la cabeza. Pero más que el casco y el chaleco y los uniformes, odio el espectáculo del sufrimiento. Odio la muerte.
Sepan que no soy una persona que llore fácilmente. De hecho, y lamentablemente, no lloro jamás. Tampoco soy una persona que se impresione fácilmente frente a las atrocidades. He visto demasiadas. Y sin embargo, cuando estoy en medio de una guerra, mis ojos están siempre húmedos de lágrimas y se me hace un nudo en la garganta que no me deja hablar. Así fue en Beirut. Cada vez que Sharon bombardeaba desde tierra, desde el aire, desde el mar, y el cielo sobre la ciudad se ponía rojo y negro como el inferno, se me llenaban los ojos de lágrimas y no podía abrir la boca. Ni siquiera para insultar a alguien que una noche me dijo: "Es excitante. Sentía curiosidad de ver este espectáculo al menos una vez, y hay que admitir que, desgraciadamente, es excitante". Cuando se trata de la guerra, desconozco el significado de la palabra excitante. Y el de la palabra curiosidad. Ni siquiera la primera vez, cuando fui a Vietnam, sentía ese tipo de curiosidad. De hecho, ya sabía lo que era la guerra, desde chiquita. Como los niños de Beirut, aprendí desde chiquita a huir corriendo de las bombas, a soportar el terror de las incursiones aéreas, el fuego de la artillería, las ruines balas de los francotiradores, el miedo, la destrucción, la muerte, el sofocante hedor de los cadáveres.
Durante la Segunda Guerra Mundial, aprendí que no es lo mismo estar en medio de una guerra que mirarla por televisión, donde queda convertida en un espectáculo parecido a un partido de fútbol. De adulta, también aprendí lo que es una masacre. Si bien no había visto la de Beirut, vi las de Hué, en Vietnam, la de Dacca, en Bangladesh, las del DF en México, donde me metieron tres balas, y puedo asegurarles que la televisión no refleja ni remotamente lo que es una masacre. Y las fotografías tampoco. Las fotografías no hieden.
Sí, ya sé: todos odian o dicen odiar la guerra. Pero todos la aceptan como parte de la vida, o al menos como una maldición que forma parte de la existencia. "Siempre hubo guerras y siempre las habrá." Dejando a un lado a los malnacidos que no sólo no la odian sino que hasta creen en ella, con bombos y platillos. Por ejemplo aquel caballero, un judío norteamericano que trabajaba para el Instituto de Estudios Estratégicos de Washington, a quien conocí en la casa de la hija de Moshe Dayan, Yael, en Tel Aviv. El señor me dijo con toda arrogancia: "La guerra es bella". Y hubo otro que le respondió: "No es bella, sino necesaria". La guerra no es necesaria, ¡desgraciado! Ni tampoco es una maldición inevitable. Yo les digo lo que es la guerra: la cosa más idiota, más ilógica, más grotesca del género humano. Es el crimen legitimado más abyecto, más inaceptable, que puedan cometer los bastardos que nos gobiernan. Es el último recurso de los imbéciles que no saben resolver los problemas con el cerebro, porque no tienen cerebro. Y entonces hacen la guerra. No. No hacen la guerra. Mandan a otros. Como dijo el general Galtieri durante la Guerra de las Malvinas, quienes deciden las guerras no son nunca quienes van a la guerra. Ni siquiera la miran por catalejo. Mandan a los demás.
El caballero (sigamos llamándolo así) del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington tampoco había ido nunca a la guerra. Pero mandaría a otros. A jóvenes saludables, como ustedes.
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